Ruleta Rusa

Les encanta jugar con el gatillo… La emoción de vivir o morir, los mantiene tan intactos como destrozados. Después de todo, en la esquina de la habitación, hay un payaso como espectador, riendo y estudiando, como lo patético de cada acción se convierte en el “cold opening” de su show.

Todo lo que sea por el amor.


A varias vueltas, queriendo romper el hielo de su silencio. Un participante se dijo: <<El amor debe ser un sufragio, donde se decide quien amará y quien vivirá solo por el resto de su vida, sin que el corazón se angustie por penas y heridas. Para que el odio, al final, no sea más que un status quo entre ser humano o ser un completo idiota>>.

El click del gatillo suena, con la víctima a la expectativa de sentir algo que no sea el hierro caliente en la cien. No pasa nada. La risa del payaso, solamente la oye la bala que baila en su casquillo junto al tambor. La montura ya está sudada y hasta ahora, nadie ha dicho nada, a excepción de un grito ahogado del nombre de quienes creen que aman.

El peso del arma, cae sobre la mesa haciendo sonar la madera y el súbito recuerdo de los participantes, de que estuvieron a punto de morir, los hace sonreír.

¿Es posible que el metal suene cual violín? Porque aquellos miserables veían su brillo y les recordaba aquella nana de niños –Es como un sueño –dijeron al unísono. Estuvieron a punto de verse a las caras, pero no lo hicieron porque el payaso hizo explotar un enorme globo que estremeció a cada uno. Había reglas. Si se rompían, todos morían.

El revolver gira, mareando a sus espectadores. Y mientras gira el arma, gira una botella… Porque más que una bala, son los besos que se perdieron a causa de un contrincante triunfador en el terreno de juego, donde el destino jugó sucio con las ilusiones y aplastó sus corazones... Ellos, los participantes de este evento, solamente querían besar el cuerpo y alma de su amor, pero ahora yacen en la miseria, tomando la penitencia del juego malévolo del amor. Donde el ganar significa la gloria y perder es una derrota, máxima y espantosa.

La tercera es la vencida, el arma se detuvo, tragan saliva y se inspiran.

Otro participante infortunado, tiene la pistola entre sus manos. <<Seguimos aquí. Y seguiremos… Porque no hay bala que nos detenga. No, no hay balas. Saldremos vivos de ésta y pelearemos como debimos hacerlo desde un principio. Con flores y chocolates. Esto, esto es solamente un juego. Porque gane o pierda seguiré estando muerto. Quien gane o quien pierda, siempre se jugará a la ruleta…>>.

Click.

El más joven del grupo caviló antes de tomar su turno: <<Antes pensaba que estaba haciendo lo correcto. Que una vez muerto dejaría de sufrir de tanto amor y desprecio, pero… ¿realmente sufro por amor o por el mero fracaso? ¡Joder! Realmente es más por mí. Me doy asco. ¿Qué más da?>>.

Click.

Todos cambiaban de parecer en cada oportunidad. Cambiaban de ideales, religiones y hasta de nombres y corazones. ¡Ahora ni siquiera sabían a quién amar u odiar! Eran solo ellos y el cañón, ellos y el sonido del tambor rotando cada vez que nadie mordía el anzuelo.

Click.  

Los sesos de otro hombre desdichado se salvaron. El arma se hacía más pesada en cada turno, y para el que le tocaba, sentía una tonelada más bajo su palma. Uno de los presentes lo sabía.

<<21 gramos. El alma pesa 21 gramos y eso es lo que quedará de nosotros para ofrecerle a nuestro amor. 21 gramos. Y la bala... ésta bala, si atraviesa mi corazón, pesa menos que eso>>.

Click.

El payaso reía con un ramo de flores extendido al “suertudo”. Con una carta que decía: <<Las flores pesan mucho menos, tórtolo, menos, y son de plástico. Y a diferencia de ti no temen. No, no lloran. No, no mueren. No, no como tú amigo>>.

Hubo una pausa en el juego. Se sentía la presión. Ya era imposible salvarse. Quién tuviese el valor de enfrentar a sus temores, murió desde que entró. Algunos lloraban, otros estaban en estado catatónico. Y de todos ellos, había uno, que tuvo pocos turnos, con tiempo suficiente para pensar que ese no era su lugar, que entró por diversión, para sentir algo más excitante que el amor. Pero descubrió tarde que la adrenalina que ahí sentía, por muy única que fuese… era precisamente un viaje de ida. Sin vuelta.

Click. Bang!

Ahora sí, en toda la frente, dividiendo los sesos de su cerebro, cayó. La promesa, de que esto era solamente un juego, se había olvidado. Era real. Tan real como el payaso, saliendo de su escondite, riendo como un demente y lanzando confeti a sus caras, celebrando. Animando. Conmemorando la presencia de los ganadores y homenajeando la despedida del fracasado.

<<Gracias por jugar>>, decía el payaso. <<Nos veremos a la próxima. Esto no termina. La ruleta siempre gira, gira y gira>>.


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