El Cuervo

Hay un cuervo en la distancia que me despierta… 


Estoy asustado por un sueño que no recuerdo. Sudo como si el Sol, estuviese acosándome desde la ventana, pero miro a través de ésta y vislumbro un atardecer. El naranja se une con un celeste opaco que me indica que la noche está por caer y que, por ende, mi transpiración proviene de algo más allá del calor.

 

Mi cama está helada, noto que las pinturas de los cuadros en la habitación, están más opacas y agrietadas. Hay una luz tenue que alumbra a las sombras que se tratan de esconder en los rincones y escucho unas risas burlonas. Empiezo a dudar… ¿la puerta la he dejado abierta o cerrada? Y veo la perilla estropeada. Ha habido un forcejeo para impedir que alguien entrara...

 

¿Qué es ese olor?  –fragmentos de un vidrio roto yacen en el suelo, lo cual es raro, porque no tengo ningún espejo y nada se ha roto en la ventana. La ventana... Ya es de noche y me pregunto adónde fue a parar el cuervo, que antes estaba afuera sobre una rama.

¿Es azufre? –mis ojos me van pesando tanto, que los párpados apenas son conscientes de sus movimientos. Cayó la noche, y ahora es que me doy cuenta de que he dejado de respirar, porque había demasiado silencio. No me desespero; retomo mi respiración y me calma oír el corazón latir con paciencia sutil.

 

Pasa un instante y oigo unos pasos que se detienen frente a la puerta. Ya no hay luz que me haga distinguir tan siquiera una silueta. Sin embargo, las pinturas en las paredes se avivan, tal cual un perro alegre por la llegada de su dueño.

–¿Quién es? –espero que el misterioso toque la puerta. Mis latidos ya no son los mismos. Ahora estoy asustado y temo recordar el sueño que me dejó desconcertado.

 

No obstante, los pasos retoman su marcha como si nunca se hubiesen pausado y mis pulmones retoman el aire, que habían perdido por el suspenso. De nuevo, reina un silencio sepulcral. Pero, tan repentino como un rayo que cae sin haber tronado, el cuervo me grita al oído, despertándome de mi letargo. Lo veo en mi cama, más negro que la misma oscuridad, con las patas ensangrentadas por romper una parte de la ventana. Quiero correr lejos del animal y ocultarme de sus ojos, pero no me puedo mover. Lucho como si estuviese esposado o amarrado, pero no hay sogas ni esposas como excusa.

 

Mientras me sacudía presa del pánico, me he paralizado al ver la pintura de la niña rubia con su muñeca de porcelana. Le pertenecía al antiguo dueño de la casa y decidí comprarla. Mala decisión. La niña, comenzaba a jugar con su muñeca; mientras que, en el otro cuadro, el callejón de luces parisino quería salir de su propio marco, quizás para ayudarme con la iluminación en la habitación o para aterrarme, al dejar únicamente encendido el farol de su esquina. Dejándome con la expectativa de que, en cualquier momento, saliera el mismísimo "Jack el destripador".

 

Quise protestar a mí valentía, para que reaccionara. Sin embargo, el coraje se fue por el caño cuando el tercer cuadro cayó al suelo desangrado. Me volví para llorarle al cuervo, pero del animal solamente quedaban sus plumas esparcidas en toda la cama y el eco de sus gritos en mi oído.

 

–¿Algo se pudre bajo mi almohada…? –la sensación de gusanos en mi nuca me hace temblar, mientras llego a odiar a mi propio ser tanto como es posible.

Mi cama, poco a poco se transformaba en un infierno, las moscas que zumbaban, invisibles en el techo, pronto eran aplastadas dejándome una lluvia de sus residuos y alas en el cuerpo. Ahora escuchaba los truenos de una noche de tormenta que azotaba a mi ventana reconstruida, mientras que los cuadros, ahora congelados, me fulminaban con la mirada (excepto por el que todavía sangraba). ¿Cuál era ese cuadro?

 

Ya el olor de la sangre impregnaba mi olfato y aumentaba el suspenso de la inundación en mi cuarto. Los pasos, que antes me habían visitado en el umbral de la puerta, volvían hacer acto de presencia.

–¿Tú de nuevo? –los cuadros ahora lloraban–. ¿Quién eres? –el no tener respuesta me desespera. Y para colmo, el sonido del fuego propagándose a mi alrededor, me altera.

 

Había algo que hacía acelerar las llamas, tal vez mi miedo o yo no tenía conciencia del tiempo. Pero pronto, mis pies son testigos de las quemaduras, después mis piernas, luego mis caderas -y afuera, los pasos empiezan a correr-, luego, veo mi propio rostro siendo incinerado, a la vez que mis ojos se inyectan de sangre tratando de salir de sus cuencas. Intento gritar, pero hace mucho que mi boca está cocida con las plumas del cuervo. Me aterrorizaba saber que el que estaba afuera corría cada vez más sin llegar a ningún lado y de paso, iba al compás de la velocidad de la sangre empapando las sábanas.

 

Me desespero y lloro. Cierro los ojos. Silencio…

 

¡El cuervo resucita! Escucho que empieza a gritar al frente de la puerta. Abro mis ojos y lo veo aletear por encima del río rojo, para no mojar sus patas, a la vez que picotea la perilla, como si tratara de abrir la puerta. Me percato de que aún me quemo, pero ya no siento nada… y al ver mi piel quemada, entro en un estado hipnótico que, por alguna razón, me deja decodificar el misterio del hombre que se encuentra afuera.

 

–El que está corriendo… ¡Soy yo!

 

Inesperadamente, el fuego se apaga por completo y la sangre disminuye… la hipnosis termina al mismo tiempo en que veo a la lluvia cesar a través de la ventana, pero los rayos seguían cayendo mudos, para alumbrar a un cielo oscuro.

 

En medio de esto, logro percibir con lo poco de esas luces eléctricas, que mi nombre está escrito en las paredes de mi habitación cientos de veces.

–¿Dónde está el cuervo y por qué ya no estoy corriendo? –mi piel arde y la sangre ya parece un petróleo cuyo valor es burdo.

 

Tocan 3 veces la puerta. No pasa nada. Tocan por segunda vez, intentan mover la perilla. Tocan por tercera vez, solamente con un golpe… Y a la espera de que se mueva la manija, me sorprende el impacto de la puerta astillándose por el forcejeo de una patada. Mi boca, se descosió abruptamente y empecé a vomitar, pero unas manos huesudas me impiden expulsar todo ese mal. La parca, me sujetaba el cuello con una sonrisa.

 

En definitiva, era yo el que corría, tratando de huir del infierno que tanto temía.

 

El último sonido que escuché fue el de un hueso romperse. Luego, Silencio… demasiado silencio... Hasta que hay un cuervo en la distancia que me despierta, asustado por un sueño, que ahora recuerdo.

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